Jaime Munguía, el peleador que perdió ante Canelo, pero ganó mucho más y el futuro está en sus manos

Jaime Munguía perdió el sábado en Las Vegas ante Canelo Álvarez por decisión unánime. (Christian Petersen/Getty Images)
Jaime Munguía perdió el sábado en Las Vegas ante Canelo Álvarez por decisión unánime. (Christian Petersen/Getty Images)

Saúl Canelo Álvarez eligió a Jaime Munguía como rival para su clásica pelea de mayo a sabiendas de que era superior. Es su rol en el juego: puede tomar las decisiones que quiera porque tiene de su lado la balanza financiera. No sorprende que se empecine en negarle una oportunidad a David Benavidez, a pesar de que sea su retador mandatorio. En el boxeo, el ritmo de las decisiones lo dicta el dinero y nadie sabe hacerlo mejor que Álvarez.

El sábado por la noche sostuvo una pelea vibrante con Munguía, un joven peleador que estaba invicto (con un récord de 43-0 compuesto, en su mayoría, por rivales de nivel mediano). En el comienzo de la pelea dio toda la impresión de que el tijuanense podía poner en predicamentos al campeón. Su caída en el cuarto asalto acabó con las expectativas de triunfo. El resto del combate fue controlado por Álvarez, pero Munguía encontró el modo de conectarlo y despertar algarabía.

Y eso se agradeció por parte de la fanaticada mexicana, que al fin vio un combate de Canelo en el que la acción fuera constante. No puso nunca en riesgo su victoria. Es un viejo lobo que, cuando tiene el dominio de la acciones, elige qué rumbo tomará la reyerta. Munguía, a pesar de su enjundia y potente pegada, no contaba con los argumentos suficientes para acabar con la hegemonía de su paisano, experto en contragolpear y dañar paulatinamente. Pero, finalmente, esta pelea puede servir como aprendizaje para este excampeón mundial de 27 años.

Desde 2018, cuando ganó su primera y única corona, se ha esperado mucho de Munguía. El camino le fue poniendo rivales a modo para inflar su récord invicto. No le sumaban nada, pero artificialmente se constituía como un peleador invencible. En el último año, su carrera tuvo una evolución de valor, pero insuficiente para reinar en los supermedianos. Canelo es el rey de esa categoría y así lo demostró. De nada importó el rival en común que tuvieron en los meses recientes, John Ryder, a quien Munguía noqueó y Álvarez no.

Con Freddie Roach, arquitecto de campeones, entrenador de Manny Pacquiao durante la mejor época de su carrera, Munguía ha mejorado. Pero el tiempo perdido no pasa en vano. Hubo una extensa etapa, entre 2018 y 2022, en la que retrocedió en lugar de avanzar. En algún momento, dejó de ser una promesa para convertirse en una realidad inconsistente. Ya no era el futuro, sino un peleador consentido, acomodado a una tendencia que le permitía ganar grandes bolsas sin arriesgar mucho —pasó por el peso mediano sin tener una sola pelea de título mundial—.

Tras la pelea del sábado, el porvenir puede ser diferente para Jaime Munguía. Perdió, pero lo hizo con dignidad. Si aún queda margen de mejora, su entrenador Roach sabrá verlo para pulir a su alumno y entregar la versión que tanto se ha esperado de él por más de un lustro. Canelo le ha dejado, más que una derrota, un aprendizaje que tendrá que interpretar como amuleto. Así le pasó al propio Álvarez cuando perdió con Mayweather. Era momento de entenderlo: hay derrotas que aportan más que todo un puñado de triunfos superficiales.

Para Álvarez, el contexto no cambia mucho: la gente seguirá clamando por Benavidez. Él dice que si le ponen el dinero que quiere, hará el combate. Los organismos no lo presionan para hacerlo. Es, todavía, el mejor boxeador mexicano y el que dictamina lo que se hace y lo que no. Y no está dispuesto a ceder ese privilegio ni contra el joven opositor del sábado ni contra el fantasma de Benavidez que no deja de rondar en busca de quitarle su grandeza.

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